domingo, 27 de mayo de 2012

Las luciérnagas


El niño, Tomás, era de esos que, por tanta televisión, dejaron de imaginar. Llegó a la fiesta de Jaimito, el vecino, acompañado de sus padres, lo cual no era la idea que tenía de un sábado productivo. Podía soportar tener que vestir las prendas elegidas por su madre (que nunca eran de su gusto), el corte de cabello en forma de champiñón (también obra de su dulce madre) y tener que sonreír forzadamente ante las demás personas pero tener que convivir con niños bobos era demasiado. Tendría que dejar de ver su programa preferido y leer complicados libros muy fuera de su entendimiento.

Para la no muy grata sorpresa de Tomás, había un payaso que organizaba juegos con los demás niños, quien se sintió atemorizado por la dura mirada que le lanzó Tomás al percatarse de su presencia. “Ni se te ocurra tratar de incluirme en tus tontos juegos”, era el significado de dicha expresión. Para colmo, los demás niños aseguraban que los padres de Jaimito habían contratado un mago para que hiciera su acto después de cortar el pastel. Para Tomás, el acto del mago sería una oportunidad para entretenerse un poco. “Siempre puedo tratar de desmentir sus trucos”, pensó para sus adentros. Ya lo había hecho en otras fiestas, y siempre eran los padres de Tomás los que tenían que disculparse con el mago agredido en cuestión. Hacía ya bastante tiempo que los padres de Tomás habían dejado de esforzarse por hacer de su hijo una persona más cálida.

Después de todo el ritual de cantar las mañanitas, impactar al pobre cumpleañero en el más pobre aún pastel de tres leches, repartir entre los invitados la parte aún comestible de dicho postre, pedir otro pedazo, repartir la obligatoria bolsita de dulces a cada escuincle, por fin llegó la hora del mago. Tanto dramatismo de dejarlo hasta el final debía de tener un propósito, pensó Tomás, así que se unió a la media luna que formaron todos los demás niños invitados alrededor de la tarima que serviría de escenario para el acto. El mago apareció surgiendo de la cortina que servía como telón sin hacer ademanes ni expresiones sonoras a las que los demás magos de fiesta nos tienen acostumbrados. Su vestimenta podría catalogarse de estándar entre los practicantes de su profesión, pero la verdad es que tenía un toque peculiar, que Tomás no pudo identificar al momento. De súbito, el mago se presentó. “Es verdad que me han llamado de muchas maneras, pero todos me conocen como Harmann”. Se paseó lentamente por el escenario, observando las caras de los niños que lo miraban. Hizo un ademán como de rezando un padrenuestro, y cientos de luciérnagas empezaron a salir de sus mangas, los bolsillos de su frac, el orificio de sus oídos, sus fosas nasales, hasta de su boca. Las luciérnagas empezaron a rodear al asombrado grupo de niños, entre ellos Tomás, quien enojado veía algo que su mente no podía explicar de manera inmediata. Las luciérnagas empezaron a iluminarse coordinadamente, haciendo una especie de marquesina natural. Una hilera empezó a separarse del grupo, danzando como una serpiente al ritmo de la flauta, y Tomás vio con cara de auténtica sorpresa que se dirigía hacia él. Formaron un collar alrededor de su cuello, y Harmann sólo dijo “Tú”. Un impulso ajeno a Tomás hizo que se levantara y caminara hacia el escenario. Al estar al lado de Harmann, las luciérnagas que acompañaron a Tomás volvieron a unirse a las que formaban la marquesina. “Mis luciérnagas tienen la cualidad de reconocer a sus hermanas”, dijo Harmann. “¿Hermanas?”, pensó Tomás; ¿qué querría decir con eso? Harmann continuó: “Todas ellas fueron alguna vez niños que dejaron de creer en las cosas inexplicables que nos rodean.  Ahora pasan su tiempo iluminando a aquéllos que sí creen”. Tomás sintió el terror por todo su cuerpo, quiso correr pero sus piernas no respondieron. Ni siquiera su voz, ni siquiera su boca quiso obedecer la orden de abrirse y gritar. Volteó a ver a sus padres, pero ellos no se inmutaron. Harmann sacó un frasco lleno de un líquido que brillaba tenuemente, como la luz de las luciérnagas; vertió tres gotas en la cabeza de Tomás y pronunció “Proyecta la luz que decidiste no ver más”. Un instante después, había un punto luminoso intermitente donde antes estaba la cabeza de Tomás. Se había convertido en luciérnaga. Las otras que rodeaban a los demás niños rompieron el claustro de luz para unirse recibir a su nueva compañera. Todas regresaron al interior de Harmann, terminando la velada. Los padres tuvieron una hija un par de años después. El sol reflejado en su cabello les recordaba al brillo de Tomás y sus compañeras luciérnagas.

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